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Por más vueltas que le he dado a mi cabeza, intentando comprender por qué los españoles en vez de echar a patadas a los políticos, les sigen votando, solo me queda una opción, porque si estuvieran en su lugar harían lo mismo. |
¿Cuentos?
Daltonismo espiritual
Por unos instantes el murmullo de voces inundó la enorme sala de asambleas donde a propuesta de uno de sus miembros, los mejores científicos se hallaban reunidos. El señor Presidente estaba en pie y llevaba un rato intentando convencer de su equivocación a uno de los miembros de aquel selecto grupo.
-No señor Ramirez, no podemos aceptar lo que usted propone en su tesis, no existe eso que usted llama color. Nuestro mundo tiene matices que van de un blanco puro hasta un negro también puro y no hay entre ellos, como usted afirma, algo diferente. Aceptamos que nuestros ojos puedan engañarnos, somos científicos, pero, tanto las fotografías como las grabaciones no muestran nada ajeno a lo ya conocido. Dicho esto, proyectó una diapositiva de un paisaje de montaña, con un río que bordeaba una casa con árboles y muchas flores. ¿Dónde ve usted eso que llama color?.
Todos quedaron mirando al científico díscolo, algunos con expresión de aburrimiento, otros con una sonrisa de suficiencia y los menos, con atención.
-Señores, ya sé a qué se refieren ustedes, pero, desde el inicio de nuestra historia, ha habido personas que nos han hablado de los colores, los sabios y los hombres santos, unos lo definían como rojo, otros azul, verde, amarillo y decían que estaban en todas partes, llenándolo todo.
-Señor Ramirez, ante usted está la evidencia, ¿dónde están esos colores a los que usted alude?. Si nos los muestra, tendremos el placer de aceptar su hipótesis, pero, mientras no pueda, seguiremos pensando que no existe eso que usted llama color.
-Debemos entonces pensar, que los seres más grandes de nuestra historia eran unos enajenados, que nosotros, los científicos, somos el sumum de la humanidad, los que dictaminan lo que existe y lo que no.
El señor Presidente manifestando benevolencia dijo:
-Si tiene alguna prueba que aportar, hágalo y sino, por favor, dejemos este asunto para otra ocasión.
El señor Ramirez, uno de los grandes científicos de esa asamblea, abatido volvio a sentarse.
Acabó la sesión, todos marcharon y el silencio llegó de nuevo al lugar en el centro mismo de una gran universidad. La noche dio paso al día, entonces se oyeron unos ruidos y la mujer de la limpieza entró, iba con su hijo pequeño que ya estaba de vacaciones y que precisamente ese día no pudo dejarlo en casa de una vecina.
-Anda, siéntate por ahí y quietecito, no vayas a estropear algo.
Mirando de acá para allá, muy asombrado ante la magnificencia de aquel lugar, Manolín tropezó con una mesa, así es como vio el proyector que se usó el día anterior, tocó el botón preciso y este se encendió, como aún conservaba la diapositiva y las cortinas estaban echadas, quedó Manolín allí entusiasmado viendo aquel paisaje de montaña, con ese cielo azul, con esos árboles verdes, con la casita amarilla rodeada de cientos, miles de flores de todos los colores.
No tengo tiempo
De niño no podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Quién soy yo?. ¿Cómo son realmente los demás?. ¿Cuál es el sentido de la vida?.
El tiempo pasó y nuestro niño se hizo adolescente. Había oído hablar a sus profesores de filosofía y religión, sobre las preguntas clave, pero, sus hormonas no le dieron tiempo a pensar, debía estudiar y como era algo que no le gustaba, después se dedicaba a disfrutar, seguir el rol que más encaja en el grupo, a fin de tener amigos y a ser posible, imitar el look de cualquier personaje famoso que gustase al sexo opuesto y le garantizase de paso, cierta notoriedad.
Se hizo adulto y si bien sabía de la existencia de esas preguntas necesarias, no tenía tiempo, pues, debía trabajar y cuando a veces volvía a casa malhumorado por causa de los compañeros o las exigencias de su jefe, lo único que le apetecía era pasar un buen rato con los amigos, tomar alguna copa o ir donde pudiera entretenerse.
Formó una familia y entonces pensó que lo más importante para él, eran sus hijos y como las familias cuestan dinero, se esforzó en obtenerlo y cuando dejaba el trabajo se dedicaba a los suyos y también a sus momentos de esparcimiento. Fue en esta época, cuando le venían al recuerdo las interrogantes sin respuesta, que acuño la frase: No tengo tiempo para eso. Pensó que el momento más idóneo sería al jubilarse, entonces, sus hijos ya estarían casados y podría dedicar tiempo a Eso.
Casi sin darse cuenta, se hizo viejo, pero, seguía sin tener tiempo, el que le quedaba se repartía entre los dolores que acaparaban su atención, ayudando a cuidar a los nietos, algunos viajes, clases de manualidades, reuniones con los amigos, etc. . Es cierto que a lo largo de su existencia, tuvo muchos sufrimientos, que pudo haber evitado si se hubiera conocido a sí mismo, hubiese entendido la vida y comprendido a los demás.
Un día nuestro viejo personaje estaba en el parque, con sus nietos y allá a pocos metros, había otra persona de su edad, aunque mirándole bien, no lo parecía. Entonces le reconoció, era su amigo Felipe. Se levantó y acercándose pretendió que el otro le recordase, aunque no fue así y tuvo que presentarse.
Amigo Felipe, no me extraña que no me hayas reconocido, he cambiado mucho, sin embargo, aunque tu también tienes arrugas, no has perdido el brillo juvenil de tu mirada, tu expresión no es triste y amargada como la mía y hasta diría que te sientes bien en tu cuerpo. ¿Qué hiciste tu en la vida que tanto te favoreció?.
Amigo Antonio, sin duda fue, porque yo sí tuve tiempo para Eso.
Adolfo Cabañero, alguien que sí tuvo tiempo para Eso.